domingo, septiembre 18, 2005
Deprisa, deprisa
Antes de ayer volvía del bar con mi amigo Karoline disfrutando de la tranquilidad que sólo la conversación con un amigo de más de diez años de antigüedad te puede dar; yo había quedado unas horas despues con unos colegas (¡hola, titis!) y había decidido volver a casa para hacer tiempo hasta la noche, así que no tenía la más mínima prisa. Como de costumbre nos paramos un poco enfrente del portal de su casa para hablar un ratito: hacía una tarde buenísima, soplaba una brisa cálida y montones de niños jugaban en la calle con sus madres, una de las muchas ventajas de vivir en un barrio prácticamente peatonalizado donde las risas de los niños jugando son posiblemente el segundo sonido más común por detrás de los alaridos de los adolescentes.
De repente, Karoline miró por encima de mi hombro y dijo: "Hostia, la Esme con una niña". Me giré y sí, ahí estaba, la tía buena de nuestro instituto empujando un carricoche, con la misma cara de desdén de siempre y sin nada de su antiguo atractivo, súbitamente destronada del altar en el que había estado siempre y convertida en una parte más del paisaje del barrio. Resultaba difícil relacionar la manera que tenía de dejar en silencio a toda la clase cuando cruzaba las piernas con la mamá aburrida que se arrastraba bajo la tarde zaragozana.
Miré de vuelta a Karoline y no hizo falta más que murmurar un par de palabras para saber que los dos estábamos pensando en nuestro amigo común Parrasio -¡nada más y nada menos que la persona que se inventó el nombre Biyu!-, del que una semana antes nos habíamos enterado que se había separado de su mujer y de cuya hija de dos años no sabíamos nada. Karoline siguió mirando a Esme, que cruzó el paso de cebra distraída, y dijo: "Nuestra generación está viviendo muy deprisa". Yo suspiré y dije: "O nosotros muy despacio".
Y tras unos segundos de silencio sonreí y no sé si dije o pensé: "Pero a quién le importa mientras sigamos viviendo, ¿no...?"
Hoy me siento...
Hoy suena a... II Air, de Johann Sebastian Bach
De repente, Karoline miró por encima de mi hombro y dijo: "Hostia, la Esme con una niña". Me giré y sí, ahí estaba, la tía buena de nuestro instituto empujando un carricoche, con la misma cara de desdén de siempre y sin nada de su antiguo atractivo, súbitamente destronada del altar en el que había estado siempre y convertida en una parte más del paisaje del barrio. Resultaba difícil relacionar la manera que tenía de dejar en silencio a toda la clase cuando cruzaba las piernas con la mamá aburrida que se arrastraba bajo la tarde zaragozana.
Miré de vuelta a Karoline y no hizo falta más que murmurar un par de palabras para saber que los dos estábamos pensando en nuestro amigo común Parrasio -¡nada más y nada menos que la persona que se inventó el nombre Biyu!-, del que una semana antes nos habíamos enterado que se había separado de su mujer y de cuya hija de dos años no sabíamos nada. Karoline siguió mirando a Esme, que cruzó el paso de cebra distraída, y dijo: "Nuestra generación está viviendo muy deprisa". Yo suspiré y dije: "O nosotros muy despacio".
Y tras unos segundos de silencio sonreí y no sé si dije o pensé: "Pero a quién le importa mientras sigamos viviendo, ¿no...?"
Hoy me siento...
Hoy suena a... II Air, de Johann Sebastian Bach