jueves, agosto 05, 2004
Leyendas subversivas
Todo el mundo tiene alguna, en mayor o menor medida. Historias subversivas, pero porque subvierten al narrador.
Sales a la terraza un día cualquiera y el cielo está exactamente igual que el día aquel en el que descubriste que las vírgenes podían ser prostitutas... y sientes un temblor en tu interior sin saber de dónde viene. El cielo está gris, las nubes amenazan una tormenta de verano, y de repente oyes voces en un idioma que no es español. Una manita fría de sudor aparece en tu frente cuando varios años de distancia llaman súbitamente a la puerta.
¡Toc, toc!
Son historias sepultadas que se pierden en la historia de las personas implicadas en ellas. Olvidadas y convertidas en recuerdo o, casi mejor dicho, en leyenda, porque en ellas se mezclan verdad, mentira y error. Son historias de las que generalmente nadie conoce toda la verdad, extensas y complejas, y tan extrañamente sórdidas que la gente ni siquiera cuchichea de ellas gracias a un tácito pacto de silencio. Por ejemplo, esa historia de la muchacha perseguida y del muchacho que veía sombras en las esquinas, y la de aquella otra chica muerta cuyo nombre sólo se usaba como amenaza. Esa historia de amor absurda e inflamable en la que sólo dos personas creyeron, y sólo los días pares. El cuento de cuando inventabas excusas a todo momento, de cuando saltabas si alguien tosía, de cuando tenías miedo a salir a la calle. La leyenda de los caballos negros, podrías llamarla.
Historias que cuando vuelven y te asaltan sin permiso resultan alienígenas por completo. Raras, extrañas, tan ajenas a tu mundo actual que ni siquiera puedes soportar que estén en la trastienda de tu cabeza. No dolorosas pero sí molestas. Que no producen ahogo sino nausea.
Estás mirando al atardecer con una cerveza en la mano y pensando en esa amiga de una amiga con la que estuviste el otro día, sonriendo brumoso, y de repente miras al cielo plateado y algo asalta tu cabeza durante un segundo o dos: un fragmento de conversación telefónica, el olor de un sexo ya olvidado, una voz de cantante de soul susurrando "es lo que quieren", un asesinato que planeaste años atrás. En el fondo jamás quisiste saber la verdad. Y al final te bebes la cerveza y piensas: "Nunca ocurrió". Como el dragón que mató San Jorge o la olla de oro que guarda el leprechaun al final del arcoiris. Sabes que nunca te librarás de ellas por completo, que quieras o no son parte de tí, pero al menos en ese rinconcito de la cabeza sólo aparecen cuando el cielo está igual que ese día que aprendiste que la muerte era algo cercano y te quedaste mirando al cielo durante una hora. Ignorándolas pronto se callan. Y entras de vuelta en la casa.
Sales a la terraza un día cualquiera y el cielo está exactamente igual que el día aquel en el que descubriste que las vírgenes podían ser prostitutas... y sientes un temblor en tu interior sin saber de dónde viene. El cielo está gris, las nubes amenazan una tormenta de verano, y de repente oyes voces en un idioma que no es español. Una manita fría de sudor aparece en tu frente cuando varios años de distancia llaman súbitamente a la puerta.
¡Toc, toc!
Son historias sepultadas que se pierden en la historia de las personas implicadas en ellas. Olvidadas y convertidas en recuerdo o, casi mejor dicho, en leyenda, porque en ellas se mezclan verdad, mentira y error. Son historias de las que generalmente nadie conoce toda la verdad, extensas y complejas, y tan extrañamente sórdidas que la gente ni siquiera cuchichea de ellas gracias a un tácito pacto de silencio. Por ejemplo, esa historia de la muchacha perseguida y del muchacho que veía sombras en las esquinas, y la de aquella otra chica muerta cuyo nombre sólo se usaba como amenaza. Esa historia de amor absurda e inflamable en la que sólo dos personas creyeron, y sólo los días pares. El cuento de cuando inventabas excusas a todo momento, de cuando saltabas si alguien tosía, de cuando tenías miedo a salir a la calle. La leyenda de los caballos negros, podrías llamarla.
Historias que cuando vuelven y te asaltan sin permiso resultan alienígenas por completo. Raras, extrañas, tan ajenas a tu mundo actual que ni siquiera puedes soportar que estén en la trastienda de tu cabeza. No dolorosas pero sí molestas. Que no producen ahogo sino nausea.
Estás mirando al atardecer con una cerveza en la mano y pensando en esa amiga de una amiga con la que estuviste el otro día, sonriendo brumoso, y de repente miras al cielo plateado y algo asalta tu cabeza durante un segundo o dos: un fragmento de conversación telefónica, el olor de un sexo ya olvidado, una voz de cantante de soul susurrando "es lo que quieren", un asesinato que planeaste años atrás. En el fondo jamás quisiste saber la verdad. Y al final te bebes la cerveza y piensas: "Nunca ocurrió". Como el dragón que mató San Jorge o la olla de oro que guarda el leprechaun al final del arcoiris. Sabes que nunca te librarás de ellas por completo, que quieras o no son parte de tí, pero al menos en ese rinconcito de la cabeza sólo aparecen cuando el cielo está igual que ese día que aprendiste que la muerte era algo cercano y te quedaste mirando al cielo durante una hora. Ignorándolas pronto se callan. Y entras de vuelta en la casa.
Hoy me siento...
Hoy suena a... David Bowie - Ziggy Stardust