lunes, noviembre 08, 2004

Biblomante

Marco Sampietro habría sido un personaje gris cualquiera de la Zaragoza del siglo XXI, un hombrecillo que viajaba en autobús mañana y mediodía, mediodía y noche, que usaba anteojos decimonónicos y que recordaba lejanamente a un ratón de biblioteca de grabado medieval. Pero Marco Sampietro no podía ser alguien normal, no podía serlo porque tenía un oficio muy extraño. Y es que Marco trabajaba creando frases, frases para la gente que no tenía frases. Construía sentencias a partir de las palabras que se le caían a la gente y se las soplaba en el oído sin que nadie se diera cuenta. Era un arquitecto como pocos había habido, y se sentía orgulloso de la habilidad que la práctica le había otorgado. Tal don no le había sido dado por ninguna divinidad ni tenía ningun oscuro paralelismo mitológico. No había habido chispas ni anunciaciones, que eso sólo ocurre en los libros, y sólo cuando su edad se puede contar en siglos. Simplemente había ocurrido.

Marco se arrastraba frente al Paraninfo y pasaba al lado de un muchacho. Sus ojos se centraban en la enorme cantidad de consonantes que caían de su entreabierta boca. Frente a él una chica de mirada feroz y sonriente. El chico con cara triste y derrotada, incapaz de responder. Sólo él veía cómo caían las letras de la boca del chico, algunas de ella incluso en forma de palabras.

Me dejas...

Tirar al río...

Marco sacudía la cabeza, se guardaba sus gafillas, suspiraba, recogía las sílabas con mimo y decidía qué hacer con ellas, pues su trabajo no era por encargo sino por pura vocación. Esta vez había decidido proporcionarle una honda a David, algo que le gustaba casi tanto como recortar declaraciones de amor. Pegaba las palabras, con cuidado de no poner pegamento más que en las pestañas, porque las letras tambien tienen pestañas aunque no las veamos. Y las sílabas troqueles, pero eso ya es muy complicado de explicar. Cogía la frase con mimo, spolaba para que se secara, la doblaba como si fuera un avion de papel y la lanzaba de vuelta a su descuidado creador:

- Mira. Si me dejas no me voy a tirar al río... pero igual sí que me voy a tirar a tu hermana...

El chico abría los ojos sorprendido por haberse atrevido a decir algo así y se sentía crecer. Marco acallaba una risita. La chica palidecía. Pronto la trifulca volvería, pero ya más igualada. Y Sampietro se iría a pasear por algún lado, siempre pescando palabras, sin pedir a cambio más que el placer de haber tenido los pensamientos de otros entre sus frágiles dedos.

Hoy me siento...
Hoy suena a... Teenage Fanclub - Sparky's dream



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