jueves, noviembre 04, 2004
Decadencia
"¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?", me dices. Me maullas, más bien. No te miro a la cara, pero sé que tu ceja derecha estará alzada, como si hubieras quitado el seguro de tu pistola. Clic. O como si hubieses levantado el banderín de salida de tus cientos de caballos. Y como siempre sé que me pondré nervioso en escasos segundos. Y quiero pedir perdón, aunque inmediatamente despues me pregunte a mí mismo si soy tonto.
Desde que te expliqué todo el significado de la palabra decadente la usas constantemente. Pero ahora te has convertido en su expresión viviente y pulsante. Pulsante y reptante.
Noto cómo el escaso vello del dorso de tu mano se entrelaza con el vello de mi antebrazo. Estática. Respiración entrecortada. Intento hacer un chiste sobre velcro pero sólo me salen sobre tornillos y tuercas. Y dejo de oir por un oído, y sé por qué ocurre. Y allá vamos otra vez.
No veo más que un velo rojo. No escucho más que ruido blanco. Me muevo sin pensar. Te muerdo. Me arañas. Prometes sorprenderme y como siempre lo logras. Me llevas de la mano a jugar al bosque. Y pierdo la orientación, pierdo el sentido, pierdo la cabeza, pierdo el decoro, pierdo el aliento. El aliento, el aliento, el aliento. Te fumas mis tabúes y apagas la colilla en mi lengua. Y de repente me miras fíjamente, Caperucita maligna, y me dices con voz de niña enfadada: "Tú no me quieres". Y yo me río con mi risa de viejo. No, no te quiero. No te quiero. Notequiero. Notequieronotequieronotequiero. Tú a mí tampoco, y por ello nuestro amor es lo más puro y sincero que jamás pueda imaginar nadie. O que jamás podamos imaginar ninguno de los dos. O que no podamos imaginar ninguno de nosotros hasta la semana que viene. Qué más da.
Los cuentos de hadas siempre fueron un poco decadentes, con sus castillos celebrando sus bailes. Con sus princesas llorando a sus príncipes. Y con el sastrecillo valiente y la zapatera remendona prendiéndole fuego a cuatro metros cuadrados de tela.
Hoy me siento...
Hoy suena a... Placebo - Every you every me
Desde que te expliqué todo el significado de la palabra decadente la usas constantemente. Pero ahora te has convertido en su expresión viviente y pulsante. Pulsante y reptante.
Noto cómo el escaso vello del dorso de tu mano se entrelaza con el vello de mi antebrazo. Estática. Respiración entrecortada. Intento hacer un chiste sobre velcro pero sólo me salen sobre tornillos y tuercas. Y dejo de oir por un oído, y sé por qué ocurre. Y allá vamos otra vez.
No veo más que un velo rojo. No escucho más que ruido blanco. Me muevo sin pensar. Te muerdo. Me arañas. Prometes sorprenderme y como siempre lo logras. Me llevas de la mano a jugar al bosque. Y pierdo la orientación, pierdo el sentido, pierdo la cabeza, pierdo el decoro, pierdo el aliento. El aliento, el aliento, el aliento. Te fumas mis tabúes y apagas la colilla en mi lengua. Y de repente me miras fíjamente, Caperucita maligna, y me dices con voz de niña enfadada: "Tú no me quieres". Y yo me río con mi risa de viejo. No, no te quiero. No te quiero. Notequiero. Notequieronotequieronotequiero. Tú a mí tampoco, y por ello nuestro amor es lo más puro y sincero que jamás pueda imaginar nadie. O que jamás podamos imaginar ninguno de los dos. O que no podamos imaginar ninguno de nosotros hasta la semana que viene. Qué más da.
Los cuentos de hadas siempre fueron un poco decadentes, con sus castillos celebrando sus bailes. Con sus princesas llorando a sus príncipes. Y con el sastrecillo valiente y la zapatera remendona prendiéndole fuego a cuatro metros cuadrados de tela.
Hoy me siento...
Hoy suena a... Placebo - Every you every me