lunes, septiembre 27, 2004

Tenías lazos blancos en la piel

Ayer presenté a una chica y a Silvio Rodríguez. Chica, poeta. Poeta, chica. Fue amor a primera vista, a primera escucha.

Mi relación con Silvio es paradigmática, ejemplo perfecto de lo que debería ser la relación con el arte. Sus canciones ya no son suyas, ahora son mías, como la canción que Jude debía meter bajo su piel; las he bebido, interpretado y convertido en parte de mi vida. En más que recuerdos, en parte integral de esta.

Unicornio es una madre acariciando su vientre mientras canta a su próximo suceso. La familia, la propiedad privada y el amor es un niño mirando absorto o imaginando a un amigo hippie de su madre versionando a un cantautor cubano. Óleo de mujer con sombrero es horas y horas esperando una llamada de teléfono con devoción adolescente. Te doy una canción es un muchacho abrazado a una chiquilla sentado en la orilla del mar y cantando mientras un amigo ataca la guitarra. Sueño con serpientes es una lectura de Brecht siguiendo los consejos de la persona amada. Playa Girón es una velada con la familia a la luz de las velas escuchando un rasgueo de guitarra. Como esperando abril es la amargura del último día que un hombre estuvo con su anterior pareja y a la vez el recuerdo de la dulzura que yace tras esta. Ojalá es una y mil decepciones, mil y un deseos de caer. Y Pequeña serenata diurna es una declaración de resurrección que una y mil veces he susurrado mientras caminaba por la vida.

En mi anterior ventana a Internet solía haber un lema bajo esa ilustración robada de Forges que ya se ha convertido en mi cara para muchos de vosotros. La estrofa de Silvio leía: Soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad. Mañana, cuando amanezca, volverá a estar en esta nueva ventanita que llamo blog. Por pura coherencia...

Hoy me siento...
Hoy suena a... Bob Dylan - Silvio



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