viernes, septiembre 17, 2004
La desafortunada vida de Pep Piñols
Pep Piñols, capitán de navío de origen catalán, pasó a los anales de la Historia como un ejemplo de fortuna aviesa. Empecinado desde sus inicios como grumete en encabezar una expedición en busca de la mítica isla de San Barandán, su obsesión le llevó a intentar llevar a cabo tres expediciones, todas ellas con fatídico desenlace.
Su primera expedición partió del Cabo de Creus. Con dos navíos de amplia eslora y una tripulación formada por marineros de origen turco, Piñols puso rumbo hacia el archipiélago canario. Quiso la mala fortuna que la tripulación al completo cayera presa del escorbuto tras un único día de viaje. Un escorbuto misterioso que atacó a una tripulación sana y bien alimentada, sin manchas visibles y caracterizado sólo por fiebres altísimas, y que pasó a ser conocido "la maldición de Piñols", pues no se conocen más casos de su existencia. Imposibilitado de seguir, Piñols tuvo que detener su expedición cerca de las costas de Cartagena.
Piñols perseveró y encabezó una segunda expedición tres años más tarde. Partiendo desde el puerto de Valencia y con un único barco, el capitán catalán contrató una tripulación formada por veteranos curtidos por muchos viajes hacia las colonias de Indias. Una vez más la desgracia se cebó con el coraginoso Piñols, pues tras escasos dos días de viajes el timonel anunció que los instrumentos del barco se habían vuelto completamente locos, como endemoniados. Los valerosos marineros súbitamente perdieron su gallardía y, todos a una, anunciaron haber visto espectros anunciando la muerte de Piñols y de todos aquellos que le acompañaran. Deseando evitar convertirse en un segundo Holandés Errante, la tripulación abandonó la travesía cerca de la actual Gibraltar. Piñols jamás comprendió cómo gente tan experimentada podía detenerse antes supersticiones tan ridículas, pero así era el hombre de mar.
Para su tercera expedición Piñols cambió de estrategia. Viajando hasta las mismas Islas Afortunadas en un barco mercante, contrató allí una tripulación nativa y mandó fletar un barco de pesca desde Santa Cruz, un pequeño navío con el que esperaba realizar numerosas travesías en busca de la mágica isla que los dioses del mar estaban ocultando a su vista. Deseoso de librarse de la maldición y de la fama que su mala fortuna estaba tomando, Piñols no confesó a nadie sus utópicos planes. Poco importó. Tras escasas horas de viaje el barco volvía a puerto dirigido por Matías, el eterno contramaestre guineano del capitán Piñols. La tripulación explicó que Piñols había creído ver algo en el horizonte y se había lanzado al agua, enloquecido. Nadie había podido detenerle y se había hundido como plomo, muerto pero inmortalizado para siempre como una leyenda.
Poisiblemente Piñols nunca comprendió que lo que le ocurria era que todo el mundo lo consideraba una persona insoportable y que nadie lo aguantaba, o al menos no lo comprendió hasta que el negro Matías lo agarró del pescuezo y musitando un primario "a tomar por el culo" lo lanzó por la borda y ordenó poner rumbo a puerto entre vítores. Que tantas casualidades no se pueden dar, coño.
Hoy me siento...
Hoy suena a... Radiohead - Karma Police
Su primera expedición partió del Cabo de Creus. Con dos navíos de amplia eslora y una tripulación formada por marineros de origen turco, Piñols puso rumbo hacia el archipiélago canario. Quiso la mala fortuna que la tripulación al completo cayera presa del escorbuto tras un único día de viaje. Un escorbuto misterioso que atacó a una tripulación sana y bien alimentada, sin manchas visibles y caracterizado sólo por fiebres altísimas, y que pasó a ser conocido "la maldición de Piñols", pues no se conocen más casos de su existencia. Imposibilitado de seguir, Piñols tuvo que detener su expedición cerca de las costas de Cartagena.
Piñols perseveró y encabezó una segunda expedición tres años más tarde. Partiendo desde el puerto de Valencia y con un único barco, el capitán catalán contrató una tripulación formada por veteranos curtidos por muchos viajes hacia las colonias de Indias. Una vez más la desgracia se cebó con el coraginoso Piñols, pues tras escasos dos días de viajes el timonel anunció que los instrumentos del barco se habían vuelto completamente locos, como endemoniados. Los valerosos marineros súbitamente perdieron su gallardía y, todos a una, anunciaron haber visto espectros anunciando la muerte de Piñols y de todos aquellos que le acompañaran. Deseando evitar convertirse en un segundo Holandés Errante, la tripulación abandonó la travesía cerca de la actual Gibraltar. Piñols jamás comprendió cómo gente tan experimentada podía detenerse antes supersticiones tan ridículas, pero así era el hombre de mar.
Para su tercera expedición Piñols cambió de estrategia. Viajando hasta las mismas Islas Afortunadas en un barco mercante, contrató allí una tripulación nativa y mandó fletar un barco de pesca desde Santa Cruz, un pequeño navío con el que esperaba realizar numerosas travesías en busca de la mágica isla que los dioses del mar estaban ocultando a su vista. Deseoso de librarse de la maldición y de la fama que su mala fortuna estaba tomando, Piñols no confesó a nadie sus utópicos planes. Poco importó. Tras escasas horas de viaje el barco volvía a puerto dirigido por Matías, el eterno contramaestre guineano del capitán Piñols. La tripulación explicó que Piñols había creído ver algo en el horizonte y se había lanzado al agua, enloquecido. Nadie había podido detenerle y se había hundido como plomo, muerto pero inmortalizado para siempre como una leyenda.
Poisiblemente Piñols nunca comprendió que lo que le ocurria era que todo el mundo lo consideraba una persona insoportable y que nadie lo aguantaba, o al menos no lo comprendió hasta que el negro Matías lo agarró del pescuezo y musitando un primario "a tomar por el culo" lo lanzó por la borda y ordenó poner rumbo a puerto entre vítores. Que tantas casualidades no se pueden dar, coño.
Hoy me siento...
Hoy suena a... Radiohead - Karma Police