viernes, octubre 15, 2004

El cielo amarillo (1 de 3)

Nadia no había cambiado mucho desde la última vez que nos habíamos visto. Se había cortado el pelo, tenía tres o cuatro arrugas más en la frente y ahora se maquillaba mucho menos que antes, pero lo demás seguía igual. Seguía fumando Marlboro de manera compulsiva, seguía tamborileando con el pie de la misma forma en que solía hacerlo antes y seguía esperándome con el mismo gesto impaciente con el que me solía esperar por las esquinas de la ciudad.

Me había extrañado que me hubiera llamado a estas alturas. Hacía ya tres años que habíamos dejado de vivir juntos y jamás se había puesto en contacto conmigo. Yo la había intentado llamar una vez desde Navarra dos meses tras nuestra ruptura, borracho y nostálgico, pero ella había colgado su teléfono y me había dejado balbuceándole tonterías a un pitido intermitente.

Nadia me miró con frialdad mientras yo echaba vistazos a ambos lados del paseo para cruzar hasta su acera. Su mirada decía: el paso de cebra está para algo. "Sigue exigiéndome perfección absoluta incluso despues de tanto tiempo", pensé con algo de amargura. Eran esos pequeños gestos los que habían erosionado nuestra relación y los que seguía sin aguantar, ni en ella ni en ninguna otra persona. Pensé que no me quedaba más remedio que aguantar el tirón, que tendría que callarme las ganas de gritarle a la cara todo lo que tenía que gritarle.

Crucé la calzada y me encaminé hacia ella. Intenté evitar mirarle directamente a los ojos y le dí dos besos, uno en cada mejilla. El saludo fue corto, pero al rozarla recordé que aunque había muchas razones por las que ya no la quería tambien había muchas por las que una vez la quise. Me obligué a dejar de pensar y a limitarme a hablar.

- Hola. -dijo ella mientras sonreía levemente- Estás muy cambiado.
- Tú tambien -mentí mientras sacaba las manos sudorosas de los bolsillos. Ella me ponía nervioso y yo odiaba que se diese cuenta. Para mi sorpresa, el clásico gesto de superioridad que esbozaba cada vez que me pillaba en un momento de inseguridad no apareció en su cara.

Caminamos paseo abajo, poniendo en común los últimos tres años. Yo le hablé de Paula, de mi pequeño apartamento, de mi pequeño coche, de mi ciudad adoptiva. Ella seguía trabajando en Alcampo, seguía viviendo en la misma casa y seguía estando sola. Esperaba ver un gesto de furia o de celos cuando nombré a mi pequeña navarra, pero no lo hubo. Tal vez realmente hubiera cambiado, o tal vez simplemente estuviera tan preocupada por Andrés que ni siquiera se sentía con fuerzas para atacarme como de costumbre.

Andrés era la razón de que me hubiera hecho conducir desde Pamplona hasta Zaragoza. Andrés era un amigo común de ambos; bueno, en realidad era mucho más, muchísimo más. Había sido parte de nuestra pequeña familia. Él nos había presentado y él había decidido que los dos estábamos hechos para coexistir en el mismo lugar. El brumoso Andrés, que jamás tuvo que preocuparse por el dinero pero que siempre se preocupó por los demás. Un niño grande y triste que jamás había querido crecer y al que Nadia y yo prácticamente habíamos adoptado.

Estaba comenzando a llover. Nadia sacó un paraguas plegable de su bolso y lo abrió. Me pegué a ella y pensé: "Anaïs Anaïs". No había cambiado de perfume.

- No te lo puedes ni imaginar. -Nadia hablaba sin mirarme y con los labios casi pegados mientras caminábamos hacia la Calle Mayor, caracoleando por las callejas del Casco Viejo.
- Para que me hayas llamado muy grave tiene que ser. -Si se me escapó algo de reproche en mi tono de voz Nadia no lo vio, o por lo menos se hizo la despistada.
- Mucho. Estoy asustada. No sabía qué hacer. No sabía a quién llamar.
- ¿Y sus padres?
Nadia giró la cara hacia mí y levantó una ceja con escepticismo. Asentí en silencio mientras apretaba los labios: esperar de los padres de Andrés algo de atención para con su hijo había sido una estupidez. Continué preguntando:
- ¿Sigue medicándose?
- No lo sé. Creo que no. Sé que tomaba Paxil, pero hace mucho que no le veo tomar nada. Tampoco puedo asegurartelo...

Por fin habíamos llegado al edificio donde Andrés vivía ahora. No era un sitio muy diferente al de su antigua buhardilla: una casa vieja, ruinosa, llena de grietas y restos de carteles pegados durante décadas. Sin ascensor pero con portería y entresuelo. Mientras yo sostenía el paraguas, Nadia rebuscó en su bolso y sacó la llave del portal. Me miró un segundo y me dijo:
- Por favor... No te asustes...
No sé si me inquietaron más sus ojos atemorizados o la inédita sinceridad que escuchaba en su voz. Evidentemente, me asusté.

Nada podía haberme preparado para la nueva casa de Andrés. A pesar de su excentricidad y su melancolía y a pesar del caos que empapaba sus fotografías, Andrés siempre había sido una persona extremadamente ordenada. Yo solía pensar que era tan fanático del orden porque así equilibraba su desorden interno. Pero lo que veía ahora... Entendí perfectamente el miedo de Nadia...

Esquivamos el caos del pasillo y entramos en el pequeño salón. Allí estaba Andrés, mesándose la misma barba rubia de toda la vida, mirándome sin ninguna sorpresa. Supuse que Nadia le había dicho que iba a venir, pero no pude evitar que mi inquietud creciera al verle.

Sonreía.

De oreja a oreja, con una placidez y una felicidad absolutas. Sus ojos brillaban, y no por lágrimas. Hasta su voz parecía diferente cuando abrió la boca para decirme:
- Me alegro de verte. -Supe que no era una frase hecha: realmente se alegraba.
Me acerqué hacia el sofá y me puse en cuclillas. La sonrisa de Andrés no desapareció cuando me dijo con voz pícara:
- Estás muy guapo. -Decía las frases del Andrés de siempre, pero tenía la impresión de estar frente a un impostor.
- Andrés... ¿qué te ha pasado?
Sus ojillos verdes brillaron cuando me susurró:
- Algo maravilloso.
Y mientras Nadia me observaba desde el dintel de la puerta, Andrés se agachó lentamente hacia mí y comenzó a contarme una historia.

Continuará...


Relato publicado originalmente en mi LiveJournal el 29 de abril de 2004 (sé que no tengo vergüenza, pero a ver si a golpe de refritos llegamos hasta la desintoxicación de los Pilares y, qué coño, los "nuevos" no la conoceis -sorry, Andérez-)

Hoy me siento... (pero al borde de la muerte)
Hoy suena a... Sunny Day Real State - In circles



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?