miércoles, diciembre 08, 2004

Gabacho


Barrio del Picarral, Zaragoza

Y de todas las personas que he conocido pocas me han afectado tanto como Hubert, Alberto el gabacho, el emigrante francés de segunda generación que vivía en la ruinosa unifamiliar que había junto al zapatero en el antiguo barrio. Puede que fuera el meñique que se le había llevado una prensa de la Rico Echevarría, o su nariz plagada de viruelas, o esos dientes cariados que no se avergonzaba de mostrar en sus amargas sonrisas, o las numerosas calvas en su pelo o su bigote desigual, más ancho por la izquierda que por la derecha. Pero no, lo que más me impresionaba de Hubert era su cinismo, la acidez que empapaba cada sílaba que salía de su boca. Aún puedo decir más: lo que realmente me impresionaba de Hubert era lo poco que se engañaba a sí mismo cuando reconocía su cinismo como una derrota. "No hay ganadores cínicos, Frutos", me solía decir cuando se había tomado sus dos primeros culicos de vino. "Todos los que estamos de vuelta de todo es porque hemos vuelto de ese todo derrotados. No hay nada que admirar en todo esto, pequeño. No es experiencia lo que ves: es mierda, sólo mierda. Merde.".

Hubert a veces salpicaba sus frases con expresiones en francés que seguramente había aprendido de su padre y que normalmente no le salían de manera natural. Maldecía la segunda victoria del PSOE mientras la vieja Thompson del bar de Amelia anunciaba las medidas que habrían de venir. "¿Lo ves, Frutos? En el 78 estuve en Bilbao con gente como él. ¿Crees que se acuerdan ahora mucho de mí?". El viejo guerrero, derrotado en la batalla de la vida, me miraba un segundo, suplicándome con su titlante mirada que no acabase como él, y enseguida carraspeaba y volvía a coger la botella de Monteviejo. "Pero sobre todo, Frutos, no te derrotes tú solo. Que hay muchas maneras de ponerte trabas en el camino, pequeño. Que todo el mundo está contra tí: no lo estés tu tambien". A veces golpeaba con el puño sano en la mesa y apretaba los dientes con frustración, generalmente cuando había bebido más de la cuenta. Entonces bebía mientras musitaba un nombre de mujer. Siempre igual, cada día lo mismo.

"Ya te van a joder bastante, chico. No te líes tú solico", me decía mientras se levantaba de la mesa y se dirigía hacia la puerta. Ahí creo yo el gabacho me demostraba cuánto despreciaba su propia amargura. Siempre acababa echándole el alto e invitándole a otra, por supuesto, pero era lo mínimo que podía hacer.

Hay días que pienso en Hubert y me reconozco, y son esos momentos cuando trago saliva, frunzo el ceño, suspiro hondo y sigo hacia delante con los ojos bien abiertos. Qué cabrón, el gabacho, qué cabrón...

Hoy me siento...
Hoy suena a... Luis Eduardo Aute - Slowly



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