lunes, enero 24, 2005

Un padre severo (y transparente)

La gente entra en el autobús, todos con el mismo color rojo claro pintando su cara y con los ojos abiertos de par en par, sabiendo que sólo cerrarlos va a doler. Con las manos como pulpitos congelados, las orejas como trozos de cristal a punto de quebrarse y con la espalda dolorida de tanto intentar empujar una estampida invisible. Todos suspiran con alivio al escapar del viento aunque sea durante unos minutos. Y sí, los he contado: todos.

Hoy ha hecho cierzo, mucho cierzo, tal vez todo el cierzo. Costaba andar por la calle y el roce del viento era igual que si te lenzaran cubitos de hielo contra la cara. Un cielo despejado, un sol radiante y Papá Cierzo bajando a recordarnos que lleva aquí más años que ninguno que nosotros y que si le apetece empujarnos y resfriarnos va a hacerlo. Como ese viento en forma de nube soplando con cara de mala baba que sale en los dibujos animados antiguos.

El cierzo crea carácter y es implacable. Pero en el fondo todos le tenemos cariño. Porque hoy se podía respirar, hoy era imposible estar dormido y hoy era muy difícil perder el tiempo pensando en tonterías: que en cuanto sales a la calle Papá Cierzo te sacude un par de bofetadas para sacarte la tontería.

Hoy me siento...
Hoy suena a... La Bullonera - Jota carcelera



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