domingo, octubre 17, 2004

El cielo amarillo (3 de 3)

...al capítulo 1...
...al capítulo 2...

La luz del atardecer entraba por las persianas entrecerradas creando una atmósfera extremadamente noir en el desastroso salón de Andrés. Se escuchó un siseo cuando Nadia hundió su último Marlboro en el vaso de agua medio lleno que descansaba sobre la mesilla y que hacía las veces de cenicero. Yo estaba helado, paralizado, incapaz de reaccionar. Impactado no sólo por oir a mi amigo desvariar de tal manera sino por otra cosa, por algo elusivo que no llegaba a identificar. Noté una gota de sudor frío descender por mi espalda. Pensé en incorporarme, pero Andrés seguía cogiéndome con una mano y yo no me atrevía a molestarle. Logre finalmente encajar la mandíbula y susurrarle:
- ¿Me... me estás contando que...?
Andrés asintió con vehemencia:
- Que el mundo es bonito.
Andrés, el depresivo Andrés, el Andrés que había expuesto en la Casa Morlanes una muestra de decenas de fotos de la guerra de Kosovo sobreimpuestas en láminas apocalípticas medievales, el Andrés que odiaba al mundo y al hombre, el Andrés que se odiaba a sí mismo... me estaba hablando ahora de una belleza omnipresente.

Andrés debió entenderme, pues sonrió de nuevo y dijo:
- Ya, ya sé lo que piensas. ¿Cómo puedo decir que el mundo es bello cuando no hay más que alzar la vista un poco para ver la muerte, la miseria y el dolor?
A pesar de que sabía que estar de acuerdo con eso no era lo que se esperaba de mí, de mi papel de policía bueno que asistía a un suicida, asentí lentamente. Nadia nos miraba con nerviosismo y rebuscaba inútilmente en su bolso otro paquete de cigarros. Andrés la miró con algo de ternura -con la misma mirada que ella solía dirigirle en el pasado-, volvió a cogerme de la otra muñeca y susurró:
- Eso es porque la gente no puede verlo. Y, por eso, para ellos ese infierno es real.
Asentí en silencio, cada vez más cautivado por la voz de mi amigo:
- Real...
- Así es. Y hay que luchar para que puedan ver el mundo tal y como es. Porque te juro que hay cosas... cosas que no podrías ni imaginar...
Nadia carraspeó visiblemente impacientada y se inclinó hacia nosotros:
- Se está haciendo tarde, chicos.
Andrés nos miró a ambos y asintió sonriente:
- Ha sido bonito reunirnos de nuevo, ¿verdad?
Me sentí incómodo. Quería saber qué eran esas cosas maravillosas. Me levanté muy a mi pesar, más porque era lo que se esperaba de mí que porque quisiera hacerlo. Pensé absurdamente que Andrés me estaba viendo de verdad, que me estaba desnudando de una manera más completa de la que nadie me desnudaría nunca. Sentí el impulso de taparme con las manos, pero me contuve y recobré la cordura. Me sentí avergonzado cuando ví que Andrés volvía a soltar su risita pícara. Nadia se sentó junto a Andrés y le dijo:
- Mañana volveré a verte, ¿vale? Intentaremos arreglar esto un poco, ¿de acuerdo?.
Andrés asintió pero siguió mirándome fijamente. Ya no pude soportarlo más. Tenía que estar de vuelta en Navarra al día siguiente y no sabía cuándo podría escaparme de nuevo. Esta ya no era mi vida y este ya no era mi mundo. Me incliné de nuevo, abracé a mi amigo con todas mis fuerzas y no pude evitar echarme a llorar. Nadia esperaba con la puerta de la calle abierta y mi amigo y yo nos abrazábamos en silencio. Le debía un adios, así que le dije con voz entrecortada:
- Cuídate, ¿vale?
Andrés suspiró y apoyó la cabeza sobre mi hombro. Antes de que me incorporara musitó:
- Tú tambien...

Bajamos las estrechas escaleras en silencio, nuestros pasos resonando sobre los viejos escalones de madera y nuestras ténues sombras arrastrándose por las parades encaladas. Yo no podía quitarme de la cabeza las palabras de Andrés y mucho menos su mirada esmeralda. Nadia volvería ahora a su vacía vida, a su vida ya completamente separada de la mía, y seguramente conseguiría poner a Andrés bajo algún tipo de tratamiento aún más fuerte que el anterior a pesar de que ahora este parecía feliz. Yo volvería a buscar a Paula a casa de mis padres y conduciría de vuelta a Pamplona, donde me esperaba mi vida, mi querida vida. Donde todo seguiría igual.

Salimos a la calle. Olía a ozono y había comenzado a levantarse algo de cierzo. La tormenta había terminado y las nubes se habían apartado movidas por el viento. Sintiendo un hormigueo en la nuca, giré la cabeza lentamente hacia arriba. Abrí los ojos de par en par.


Sobre mi cabeza me saludaba un cielo despejado.


Un cielo amarillo, amarillo como un pomelo maduro.


fin


Hoy me siento...
Hoy suena a... Placebo - Pure morning



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