viernes, noviembre 19, 2004

Meterla

Hablo de la pata, claro. Llevo desde finales de verano sintiéndome culpable, porque fue entonces cuando me convertí en el chico que deja de devolverte las llamadas, ese precioso cliché existencial en el que nunca me había visto. Ya, ya: tú lees esto y dices: "Pero qué gilipollez. Ni que la hubieras dejado frente al altar". Pues oye, qué quereis: yo siempre me había sentido orgulloso de haber esquivado las (escasas) situaciones de casi mejor que ni me toques con cuidado y estilo, pero esta vez me porté como un bulldozer en una cristalería.

Y tiene gracia, porque mi anterior pareja me había prácticamente exigido que fuese bueno con esta chica y que no le hiciese daño; no sé, no sé que percibió para salir con una frase así, pero resultó profético. Pensar que un simple mensaje de texto fue lo que desencadenó mi huída hace que el tema resulte algo surrealista; cierto, días antes había estado hablando con mi mejor amigo del tema y fue él quien me hizo ver que me estaba agobiando. No lo digo para esquivar responsabilidades, ¿eh?, sólo para que entendais que era un tema al que le daba vueltas. Así que desaparecí. Hice puf. Metí la cabeza en la arena como el avestruz y me convertí en lo que siempre he odiado, y no tengo excusa. Me dijeron "te mereces algo mejor" y me lo creí. Ni siquiera sé si cumplí la promesa de no hacerle daño, porque no me quedé para verlo.

Sale el tema porque ayer se lo conté a Little J durante una de esas conversaciones masculinas que tanto nos gustan a los hombres y el chaval pareció muy ofendido, y teniendo en cuenta la de burradas veraniegas que le he confesado a mi amigo pues ahora me siento como Hitler. No lo dudo, sé que algún día tendré que rendir cuentas. Si es que ser cobarde y con conciencia es una combinación peligrosa...

Hoy me siento...
Hoy suena a... Placebo - Protege Moi



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